©NEUROMOTRICIDAD BÁSICA APLICADA AL BALONCESTO FORMATIVO @CoachElisMarrufo
Compañero de
aprendizaje… estas líneas, estremecerán tu corazón, ¿estás preparado?…
E U F O R I A
«La gallina de los huevos de oro
del aprendizaje»
¿Por qué satanizan las celebraciones?
«El liderazgo como entrenador,
es luchar con los corazones y las almas de las personas, para lograr hacer que
crean en ti» EDDIE ROBINSON
El noveno principio
de la PNL reza:
«No
existen los FRACASOS, sino solamente mensajes de respuesta».
Todo lo que se señala como
problema, obstáculo o fracaso se puede tratar como una indicación de falla en
el tablero, de cuan efectivos van siendo nuestros métodos. Las personas que
tienen miedo a fracasar viven micro fracasos internos y constantes, que van
llenando su tanque emocional poco a poco, hasta convertirse en su ineludible
carta de presentación. El miedo a la derrota es uno de los obstáculos más
grandes en el camino hacia el éxito. Acompáñame a analizar las siguientes
líneas:
Un equipo internacional de
investigadores liderado por Christine Heim, Directora del Instituto de Medicina
Psicológica de la Universidad de Medicina de Berlín, y Jens Pruesner, Director
del centro McGill para estudios de envejecimento de la Universidad de Montreal,
descubrieron que cambios específicos en la corteza cerebral reflejaron el
impacto adverso del abuso durante la niñez, de acuerdo con estudio publicado en
American Journal of Psychiatry. Este grupo de científicos encontró la relación
entre daños en el cerebro y traumas que afloraron en la vida adulta.
Los
niños abusados activaban menos las áreas creativas; solo las defensivas que
procesan los abusos, como mecanismo de protección.
Cuando
los niños crecen, esas partes del cerebro atrofiadas originan problemas de
neuromotricidad y aprendizaje en la adolescencia.
El
abuso emocional de algunos padres y entrenadores, en la temprana infancia,
afecta regiones del cerebro vinculadas con la respuesta neuromotriz y a su vez
podrían degenerar en la propensión a la depresión, mal humor y reacciones
explosivas.
«Como
adultos tienen dificultad para calibrar sus estados emocionales y encontrar
maneras asertivas para ser competitivos, en forma eficaz, sobretodo en
situaciones de tensión» Agregó Pruessner
Cuando
los líderes, padres y formadores permiten drenar las emociones en una dirección
positiva, activan lo mejor de las personas y provocan un efecto que se llama RESONANCIA.
Cuando
por el contrario, lo hacen en una forma negativa, generan una DISONANCIA
que impacta los cimientos emocionales sobre los que se basa todo posible
desarrollo.
Pareciera
que la vida adulta y la competición están concebidas para ir contra la
naturaleza, nos vemos obligados a actuar en forma antinatural, a tragarnos las
emociones, gracias a una creencia desastrosa, a un modo de actuar contrario a
lo que somos.
Marie
Yap, especialista de la Escuela de Salud Mental Poblacional de Melbourne,
Australia, explicó que es factible calibrar la relación precisa de tratos
hostiles en la crianza, con otros factores adversos que influirán en la aparición
de la depresión, la ansiedad y la baja
autoestima y en especial, como consecuencia directa: un deficiente espíritu competitivo, en los
niños
«En
nuestro psico análisis, la hostilidad incluye conductas paternas como dureza,
mezquindad, egoísmo, sarcasmo, crítica, castigo o rechazo hacia los niños, como
así también los conflictos entre padres e hijos» Definió la Doctora Yap.
Se
ha demostrado que a medida que aprendemos, el cerebro va desarrollando surcos,
o sea, interrelaciones o redes neuronales que se convierten en un camino o ruta
(de allí lo de «rutina»). Estas redes neuronales funcionan como un switch.
Cuando nos enfrentamos ante estímulos similares, el cerebro activa el switch,
alimenta el surco ya creado y genera la respuesta. En otras palabras se activa
un programa específico… ante estímulos específicos. Mientras más fuerte sea la
experiencia o la frecuencia, mayor será el surco y será más difícil de deshacer.
De allí la importancia de las mecánicas adecuadas, las repeticiones y las
rutinas eficientes, para consolidar verdaderos competidores.
El
niño a partir de los 7 años de edad empiezan a configurar sus procesos
cognitivos (diferenciación y toma de decisiones) y vale señalar como
aclaratoria que el desarrollo físico del adolescente pocas veces va a la par
del desarrollo mental y mucho menos del emocional.
Los
entrenadores y maestros tienen en sus manos una gran responsabilidad, al
aplicar sus métodos de enseñanza, en ocasiones, sin considerar el impacto a
futuro en el desempeño y la vida de sus seguidores.
Configurar
un atleta exitoso pasa por «instalarle un ideal», una razón para esforzarse,
una expectativa de progreso. Articular el optimismo con la esperanza, que es la
fe, ese fabuloso coctel básico del liderazgo, hoy en todas partes del mundo: el
entusiasmo.
La
materia prima del entusiasmo es la euforia. La euforia es la gallina de los
huevos de oro del aprendizaje. La endorfina y la serotonina que brotan en los
estados de euforia, son los ladrillos de la fortaleza mental
Hay un mundo por descubrir dentro
de cada niño y cada joven. Cuando me entero o me comentan sobre algún padre,
entrenador o maestro que sataniza y castiga la euforia, solo digo: pobre hombre,
¿cómo la comprende, como la valora… si no sabe qué es eso, si nunca la ha disfrutado?
Los niños necesitan tener infancia,
correr riesgos, divertirse, competir, frustrarse y maravillarse conociendo sus
capacidades. Ciertos formadores ignoran hasta qué punto la creatividad, la
osadía, la algarabía, y la seguridad en sí mismos, como adultos, dependen de la
memoria y del despliegue de la energía emocional (euforia) de su etapa de niño.
Algunos adultos habilidosos,
disfrazados de magos, pretendiendo que el niño pase a los niveles superiores
mediante atajos y/o accesos directos, siempre irrespetan sus delicados procesos
lógicos de maduración, solo provocando nefastas consecuencias en el terreno de
la emoción, en el anfiteatro de los pensamientos; nada más y nada menos que
atrofiando su capacidad de toma de decisiones y lo que es peor… intoxicando el
vasto territorio de la memoria.
Te hago una pregunta, cuando un
niño llora: ¿te has puesto en sus zapatos? ¿Has llorado con él?... en vez de
consolarlo o embobarlo para que se calle. ¿Le haces bullying? o le gritas para
«forjar su carácter»: ¡Los hombres no lloran!
Profe ¿usted se volvió
loco? ¿Está hablando en serio?
Si alguien es arrogante,
pantallero le gusta burlarse en la cara de los demás, no es humilde ¿dónde se
encuentra la intención positiva?
¿No le parece absurdo
pensar que tenga que comprenderlo?
Mirémoslo de otro ángulo: sucede
que los adultos, normalmente, en su mayoría, devolvemos lo que «recibimos en la
infancia», toda conducta es un espejo de los traumas o las bondades de la
infancia.
Es bueno amigo formador sepas que cuando un niño deja
de llorar abruptamente, le estamos bloqueando un drenaje emocional instintivo:
las lágrimas. Ese niño que no le permitiste llorar, ni pudo celebrar porque
lo reprendías, cuando adulto muy probablemente hará llorar, se burlará de otros,
y atacará a los exitosos, solo para desquitarse las heridas internas que tu
como adulto y otros que piensan igual que tú, le infringieron.
El formador sin entrenamiento
emocional desperdicia una oportunidad dorada, esos corazones que Dios le pone
en sus manos, de aprovechar los miedos y, la frustración para construir
sabiduría.
Al decirle a un niño que no celebre
le estamos cercenando la capacidad de emprendimiento, la iniciativa, la
creatividad y la intrepidez.
Cuando un niño comete un error lo señalamos,
lo gritamos a los cuatro vientos, nunca analizamos la «intención positiva» de
sus actos, entonces lo fácil es hacerlo sentir culpable, entonces esa culpa
inhibirá al niño de pensar y a analizar opciones, y como «efecto dominó»
también a quienes observan la reprimenda ¿Cómo alguien, en su sano juicio,
puede pretender que el niño observe, escuche, reconozca, evalúe y controle sus
emociones, si no le permite despegarlas, si sataniza sus expresiones
emocionales?
Imagínate… si tú, es contigo:
tienes 10 años, es tu día de cumpleaños y llega tu papá y te dice: «Aquí está
la piñata y la torta, no quiero gritos, ni desorden, cómanse su vaina y tumben
la bendita piñata, lo más rápido que puedan y punto, hay que tenerle respeto a los
vecinos porque son pobres y otros niños del mundo que ni siquiera saben cuándo
cumplen años, porque están moribundos en un hospital… ¿qué pasaría, como te sentirías?
Ajá, es exactamente lo mismo cuando
un formador desaprueba a un niño porque gesticula, por meter un gol, batear un
homerun, hacer una cesta o romperle los tobillos a un rival: le pulveriza el entusiasmo.
Lamentablemente de generación en
generación se ha venido imponiendo esta visión «humildad culposa», algo que
neurológicamente es una aberración porque impide que el niño aprenda, consolide
sus conexiones neurológicas y profundice sus surcos de éxito.
¡Somos los líderes de la cárcel: Estamos
dando órdenes, no enseñando a pensar¿
Para el formador de vanguardia ninguna
manifestación de euforia lastima o agrede a nadie, excepto a quienes nunca la
han saboreado. Ahora te pregunto: ¿Tenemos que hacer a los chicos responsables
de las frustraciones de los adultos, que paguen la culpa y los traumas de los
rivales o la gente? ¿El formador tiene que a castigar a los niños como seguramente
lo hicieron con él?
Es tan profundo este sentimiento en
nuestra sociedad, que no menos del 90% que odia a las superestrellas es debido
a la subjetividad de este absurdo «mapa mental», instalado en nuestra
memoria por las viejas generaciones. Aquellos débiles mentales que asumen que
si alguien ríe en una acera, en la otra, alguien sufre; si alguien es feliz a
alguien se siente humillado; si alguien celebra, ofende o si alguien es
exitoso, pues hay que “joderlo” como dé lugar, ¿cómo se le ocurre ser el único
feliz, el último mohicano en este mar de lágrimas? Es un mundo bizarro, que
estamos seguros, esta lectura te hará reflexionar, obvio, si tú en realidad,
con la mano en el corazón, deseas progresar.
Sabes que es triste: que muchos
entrenadores han enviado a las drogas, al crimen y a la indigencia a
generaciones de niños por no permitirles algo tan natural y humano como la
euforia.
Si alguien piensa así -en serio- si fuera coherente, debería botar
al perro fuera de tu casa cada vez que le mueva la cola… cuando le recibe.
Cuando escuches a alguien
reprimiendo a un niño por sus gestos, lo sano es asegurarse de no confundir la
euforia con la burla, que aun así, en todo caso dependería de la fortaleza
mental y la autoestima del supuesto “agraviado”.
Imagínense que fuera un pecado para
los karatecas drenar; cada grito ¡JA! y ¡JIAH! es liberando la tensión. Pues,
estos “rudos” entrenadores acabarían en 24 horas con la noble práctica de más
de 3.000 años de las artes marciales.
Esto simplemente es la euforia: una
manifestación subconsciente, a veces incontrolable.
Mírate al espejo y pregúntate: ¿Formas
o deformas? ¿Construyes o destruyes? ¿Amigo o verdugo? La euforia es lo que
evita que el entrenamiento se vuelva mecánico, aburrido y sin condimento
emocional. La euforia es la que te da de comer, ya que si el niño no se
divierte o no aprende, no te reconocerá cuando sea adulto, se irá a otra
escuela o practicará otro deporte.
El progreso o la vanguardia es lo
único que diferencia a un atleta de los otros y a un entrenador lo rescata de la
barbarie o del montón.
UN VIAJE A LAS
RAICES
Te vas a sorprender, esto no tiene
nada de nuevo: En el controversial Bestseller RAICES (origen de esa impactante
película) del famoso escritor afroamericano Alex Haley, baluarte de la lucha
contra la esclavitud y la segregación racial en norteamérica, menciona que ya
en África Sub Sahariana (Marruecos, Gambia y Mauritania), 500 años antes de la
conquista de América, a los niños de 12 a 15 años que aspiraban a alistarse
como guerreros de su tribu, los azotes, las kilométricas caminatas sin un sorbo
de agua y con el incesante atropello verbal de los adultos, tenían dos mensajes
importantes del Kintango (algo como el entrenador o el líder de la tribu):
1.- Obedecer ciegamente y
2.- Mantener la boca cerrada,
como dos cualidades esenciales de
un “hombre”.
Uno de los rituales más traumáticos
y angustiosos era cuando los padres regresaban de sus largos días de caza:
nadie, óyeme bien, pero nadie debía mostrar emoción alguna, eso era una señal
de «debilidad», si algún niño «eufórico» corría a abrazar a su padre, si gesticulaba,
brincaba o gritaba era severamente azotado por todos, si todos los integrantes
de la aldea.
¿Soy un entrenador o soy un
Kintango Africano del siglo 15?
Una buena noticia: Para algunos
entrenadores, padres, comunicadores y fanáticos con solo comprender este
paradigma, la euforia ya no representará ninguna agresión, ni ninguna ofensa; el
conflicto aparece solo a partir de la interpretación de las personas
desconocedoras de la historia y la naturaleza humana, por nuestro obsoleto
modelo de mundo, al regirnos repetir como loros (sin cuestionar) nuestro culturalmente
distorsionado mapa mental.
Un formador Neurocodificado, un
coach de vanguardia, conocedor del cerebro de sus chicos, sin complejos, ni libretos
obsoletos, sin resentimientos y de mente abierta, será uno de los héroes sin capa, eterno en el corazón
de los niños, intentando siempre generar
un ambiente propicio para la formación.
Hay dos tipos de entrenadores
inolvidables:
1.
Los
que generan traumas (disonantes) o,
2.
Los
que generan… euforia (resonantes).
TÚ
DECIDES.
¡BIENVENIDOS A LA JUNGLA! BUENA SUERTE.
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